His. comun. soc. 28(2) 2023: 259-266
EL DISCURSO POPULISTA
Texto publicado pela Revista
“Historia y Comunicación Social”,
da FCI da Universidade Complutense
de Madrid, como Introdução a um número
sobre “Valores democráticos y
comunicación ética frente
a populismos y demagogias”
João de Almeida Santos (1)

“S/Título”. JAS. 01-2024
Resumen
ESTA REFLEXIÓN SOBRE EL POPULISMO propone una análisis de la idea de pueblo a lo largo de la historia y de la operación de su conversión ideológica con fines de conquista, de legitimación y de reproducción del poder. Un proceso igual al de la reconstrucción ideológica de la realidad. La narrativa populista es antiliberal y desprecia la mediación de las instancias representativas, ya que las identifica con la confiscación del poder soberano del pueblo por las élites. El poder unificador de la heterogeneidad social es garantizado por una figura carismática que interpreta el sentimiento popular, equivalente a la figura tradicional del monarca, que encarna, representa e interpreta la idea de pueblo-nación. El populismo (o el neopopulismo) puede ser de derecha o de izquierda, pero ambos se afirman, sobre todo, en la oposición a la matriz liberal de la democracia representativa.
Palabras clave: democracia representativa; masas; pueblo; significante vacío; soberanismo.
Abstract
This reflection on populism proposes an analysis of the idea of the people throughout history and of the operation of its ideological conversion for purposes of conquest, legitimization, and reproduction of power. A similar process to that of the ideological reconstruction of reality. The populist narrative is an anti-liberal narrative that depreciates the mediation of representative instances since it identifies these instances with the confiscation of the sovereign power of the people by the elites. The unifying power of social heterogeneity is guaranteed by a charismatic figure who interprets popular sentiment and is equivalent to the traditional figure of the monarch, who embodies and interprets the idea of people-nation. Populism (or neo populism) can be from the right or from the left, but both are affirmed by opposition to the liberal matrix of representative democracy.
Keywords: representative democracy; mass; people; empty signifier; sovereignism.
Para entender el populismo es necesario revisitar la idea de pueblo, base sobre la que se ancla este concepto. Partiendo de algunas consideraciones de Ernesto Laclau, en la obra La Razón Populista (Laclau, 2005), empiezo con una interesante y muy útil afirmación teórica suya: “una identidad popular tiende a funcionar como un significante vacío” (Laclau, 2005: 125). En otras palabras, la identidad popular no expresa una realidad sociológica concreta y, debido a su indeterminación, no puede alcanzar dignidad conceptual, ni convertirse en concepto o en “abstracción determinada” (della Volpe). ¿Qué es entonces? Laclau distingue entre la dimensión óntica de la idea de pueblo y su dimensión ontológica. La primera se refiere a las determinaciones concretas que ha adquirido a lo largo de la historia y su asunción ideológica por las diversas corrientes políticas. La segunda se refiere a su dimensión genérica: la pretensión de hacer universal lo que tiene una simple dimensión óntica, histórica, contingente, parcial, transformando la especie en género, la parte en todo, lo particular en universal. Esto es un proceso ideológico típico. Para esta operación es necesario extirpar, mediante hipóstasis, sus determinaciones concretas, pudiendo así, después, como “abstracción indeterminada”, usando el lenguaje del filósofo italiano Galvano della Volpe, aplicarse a cualquier determinación temporal concreta, a su realidad óntica. Pero para eso tendrá que funcionar precisamente como un “significante vacío” o una “abstracción indeterminada”.
1.
A lo largo de la historia, el pueblo (político) se ha identificado con los individuos que tenían derecho a pronunciarse sobre las causas de la comunidad (Grecia), con los que tenían derechos en virtud de su condición civil, los cives (Roma), con los citoyens actifs (en la época liberal), con la clase obrera (marxismo), con el campesinado (populistas rusos), con las masas (populismo de derecha y de izquierda en el período entre las dos guerras mundiales), con los votantes (democracia representativa), con el público (“democracia del público”), con los usuarios (democracia digital). Sin embargo, cuando estas identidades fueron asumidas por las formaciones políticas como pilares fundamentales de la sociedad, se convirtieron en totalidad social, identificándose con la sociedad en su conjunto, mientras eran solo una parte de la identidad popular. Por ejemplo, la plebs que se convierte en populus o los polítai que se convierten en demos. No es hegemonía, sino transfiguración totalitaria. Así, la palabra pueblo, en su dimensión ontológica, equívoca, genérica, vacía o indeterminada, cumple su función ideológica y política. Por ejemplo, identificando al pueblo con la nación se garantizaría esta conversión. La nación sería la otra cara del pueblo: pueblo-nación. Si miramos las constituciones de las democracias representativas, estas dos ideas aparecen como totalidad social según su génesis: la soberanía reside en el pueblo o, en las constituciones liberales, reside en la nación. Aunque parezcan iguales, son significativamente diferentes. En el marxismo, la clase agota la idea de pueblo en sí misma, ya que está en el centro del proceso histórico y determina su evolución hacia una sociedad sin distinciones de clase, homogénea y genérica, donde todos son iguales en una “cadena equivalencial” (Laclau) de identidades individuales. Lo que todavía es sólo in nuce, en la fase capitalista, se convierte, con la evolución histórica, en “todo el pueblo” (por ejemplo, en la URSS, en el “Estado de todo el pueblo”). Lo mismo ocurre con la raza, para los herederos de Gobineau. La igualdad se convierte en una identidad absoluta y, por lo tanto, vacía de contenido empírico.
2.
Es un proceso típicamente ideológico, en el cual se produce una hipóstasis y una inversión: lo particular se proyecta como universal (hipóstasis) y luego, a partir de esta nueva condición, se reformatea la realidad como su determinación (inversión). Este proceso fue muy bien visto y teorizado por Galvano della Volpe, en Logica come Scienza Positiva y en Rousseau y Marx (della Volpe, 1973, IV y V; y Cerroni, 1972: 115-149). Según esta perspectiva, la idea de pueblo no sería más que una “abstracción indeterminada”. Parte de una realidad concreta, pero se sublima a través de una hipóstasis, absorbiendo su contenido empírico para, después, devolverle una nueva dimensión funcional más amplia. Esto cumple una función ideológica, una especie de tautología con funciones reconstructivas. En esencia, es una reconstrucción ideológica de la realidad. La realidad se sublima para ser confirmada simbólicamente y legitimada con mayor densidad ideal. Por eso, Laclau también tiene razón cuando dice que el pueblo de los populistas es una construcción política (yo diría una reconstrucción ideológica) y no refleja una realidad sociológica. En cambio, es objeto de una “sobredeterminación” – que él llama “nominación” – desde un vértice que es representado por una individualidad, por un nombre aglutinador de la heterogeneidad societaria, por un intérprete de la realidad sublimada como pueblo. Es en este contexto que surge el carisma. La figura del monarca puede ser considerada como una imagen de la nueva figura carismática y “laica” propuesta por el populismo, pero con menos poderes ejecutivos.
3.
El vacío de la identidad popular, en su dimensión ontológica, es llenado por una individualidad, por un líder, por un nombre, generalmente carismático y oracular. El ejemplo clásico se encuentra en la concreta corporeidad del monarca y en su simbolismo ideal en relación con la nación-pueblo. Durante el período de entreguerras, en la era dorada de la propaganda, de la ideología y de las grandes narrativas político-ideológicas este proceso adquiere un nuevo tipo de protagonista que encarna y representa la idea de pueblo y de pueblo-nación: “il Duce”, “der Führer”, “el Caudillo”, “el Secretario-General”, “o Chefe” o “il Capo”. En la película encargada por Hitler a Leni Riefensthal, Triumph des Willens, de 1935, el Führer aparece como un deus ex machina que desciende sobre el escenario de Nürenberg (véase sobre todo el comienzo, los primeros quince minutos) para restablecer el orden y rescatar a la nación alemana, que había sido humillada en el Tratado de Versailles (1919), que siguió a la Gran Guerra. La raza aria, el partido nacionalsocialista y el Führer serían los protagonistas de la redención del pueblo y de la nación alemanes. Veáse también el artículo 11 (“Capo II: La struttura dello Stato”) de la Constitución de la República Social Italiana (la Repubblica di Salò): “Sono organi supremi della Nazione: il Popolo e il Duce della Repubblica”. Una relación directa entre pueblo y jefe carismático, “Il Duce”. La generalidad de la idea de pueblo necesita, por lógica interna, un principio que la materialice, identifique y unifique funcionalmente. En el nacionalsocialismo, existía incluso el “Führerprinzip”, como principio supremo que daba unidad a toda acción política, interpretado por un personaje concreto, Adolf Hitler. Un monarca (o un emperador) de un nuevo tipo. Glosando a Gramsci, si el partido es el nuevo príncipe, el líder carismático y oracular es el nuevo monarca. En la actualidad, el principio del populismo es la soberanía “directa” del pueblo-nación, en su forma más radical de soberanía, el nacional-populismo, interpretado también por una individualidad que concentra en sí misma un poder por encima de los partidos, precisamente porque está investida del poder de unificación orgánica, de materialización y de representación. Este poder supera las instancias de intermediación en nombre de un retorno permanente de la política a su fundamento primario, fuente de toda legitimidad: el pueblo. De hecho, los populistas no se identifican con la primacía constitucional de la nación, sino que anteponen la primacía del pueblo soberano. No es casualidad que este populismo sea soberanista y considere, a diferencia de los liberales, sus opositores (o incluso enemigos – véase la idea de Viktor Orbán de “democracia iliberal”), que la soberanía reside sobre todo en el pueblo, no en la nación, en el pueblo-nación, donde deriva su cualificación como nacional-populismo.
4.
La naturaleza del populismo está aquí. Para comprenderla es necesario explotar tanto las diversas formas que ha asumido históricamente la idea de pueblo, como el proceso de su propia sublimación o hipóstasis para que pueda cumplirse lo que es absolutamente necesario: garantizar la unidad de la heterogeneidad social, la identificación de todos con la totalidad social y una alta performatividad del propio discurso político. Para ello, es necesario distinguir el plano óntico de la idea de pueblo, su dimensión contingente, del plano ontológico, donde funciona como ideología totalizadora (interpretada por una individualidad concreta) desde la cual – y mediante un decisionismo reforzado (que hoy descansa en el presidencialismo del primer ministro) – se recrea o reformatea la realidad. Sólo así podrá imponerse en la competencia por el poder. El populismo ha desarrollado esta capacidad a expensas de la ineptitud política e ideológica de las formaciones políticas que se han alternado en la gestión del poder democrático. De hecho, la política actual parece estar confinada, por un lado, a las formaciones políticas de inspiración populista y, por otro, a la conocida izquierda de los nuevos derechos, que se centra en las causas del políticamente correcto, de los identitarios y de los revisionistas de amplio espectro. El centroizquierda ha preferido la asepsia política, la governance y la tecnogestión de los procesos sociales, en una progresiva “despolitización” de la gestión del poder. Los resultados son visibles para todos. Pero miremos más analíticamente la idea de populismo tal como se manifestó históricamente, pero también a través de su ancla histórica.
5.
El populismo nació en Rusia, como una tendencia política de izquierda, en la segunda mitad del siglo XIX, intentando dar voz al campesinado y a sus formas organizativas, como los muziks y la obshina. ¿Nombres? A. I. Herzen y N. G. Chernyshevski. Creían que Rusia no tenía que seguir el camino de la industrialización y que el progreso podía lograrse con la civilización rural, siempre y cuando se suprimieran las formas de dominación imperial y se crearan nuevas formas de organización social y de legitimidad política. Lo que pasó en Rusia, después del segundo “Tierra y Libertad” (1876), es bien conocido: la socialdemocracia rusa, la Gran Guerra y la Revolución de Octubre, con la instalación del sistema soviético en el poder. En realidad, más poder estatal que poder de los soviets, más poder del partido que poder del pueblo, del pueblo de los soviets (2). Sin embargo, hijos de la Gran Guerra y de la Revolución de Octubre, surgieron en Europa movimientos populares de derecha e izquierda con fuerte influencia política, unos en contra de la revolución soviética y sus efectos en la geografía política europea, otros a favor. Los partidos comunistas, como el portugués, el español o el italiano, nacieron en 1921. Estos partidos reivindicaban la soberanía del pueblo-nación frente a las élites en el poder, es decir, las élites liberales. De hecho, el populismo es antiliberal, ya sea de izquierda o de derecha, y siempre convierte una entidad política parcial (clase social, raza) en totalidad, bajo la designación genérica e ideológica de pueblo o pueblo-nación. Es una visión más organicista que representativa.
6.
¿Pero qué pueblo es este? ¿A qué pueblo dicen representar los populismos de izquierda o de derecha? Tiene razón François Furet, en su interesante libro El Pasado de una Ilusión (Furet, 1995), cuando señala que la Gran Guerra propició la entrada de las masas en la política. Ortega y Gasset, en La Rebelión de las Masas (Ortega y Gasset, 1930), va en la misma dirección (3). En general, los partidos radicales de derecha y de izquierda intentan organizar a las masas en torno a una idea, una utopia o gran narrativa movilizadora. Por ejemplo, la clase o la raza son las entidades ónticas que, en la narrativa, se vuelven entidades ontológicas bajo la forma pueblo-nación. Esta narrativa, esta conversión es populismo.
Hasta entonces, la mayoría de los regímenes que tenían la responsabilidad de gobernar Europa en la crisis eran regímenes liberales, monarquías constitucionales, regímenes de élites, donde sólo unos pocos tenían derecho a voto y aún menos llegaban al poder. En otras palabras, eran regímenes censitarios, mientras que la adopción del sufragio universal a lo largo del siglo XX se implantaba muy lentamente. Había sistemas representativos, pero no había todavía democracias representativas. Lo que estaba emergiendo políticamente era un nuevo constructo político, una nueva idea de pueblo (político). Se observa, pues, una transfiguración con fines estrictamente políticos – por ejemplo, la clase se convierte, con un pase de magia ideológico y político, en pueblo, fuente de legitimidad incontestable y que no admite alternativas legítimas. El comunismo, por ejemplo, no admite la dialéctica de la alternancia en el poder, pues la clase obrera se convierte en totalidad social. La clase obrera es portadora única de la verdad histórica, centro de la totalidad social (véase, por ejemplo, Lukács en Historia y Consciencia de Clase, de 1923, y Santos, 1977, pp. 227-242).
7.
Tras la Gran Guerra se inaugura una nueva era política, dando lugar a dos populismos, uno de derecha y otro de izquierda. Ambos hablaban en nombre del pueblo y en contra de las élites. Ambos eran antiliberales y proponían la devolución de la soberanía confiscada al pueblo. Pero, repito, ¿qué pueblo era este? A la izquierda, el pueblo de los oprimidos, “les damnés de la terre”, para usar la feliz expresión de Frantz Fanon sobre los colonizados, los obreros y los campesinos (según los comunistas y los populistas rusos). A la derecha, el pueblo-nación, al que las élites habían confiscado el poder soberano. Desde la perspectiva de la izquierda siempre existen dominadores, los capitalistas burgueses, que no son considerados pueblo. Aquí el pueblo se identifica con el conjunto de las clases subalternas (Gramsci), con los explotados y los oprimidos frente a los que detienen el poder político y económico.
8.
En general, el pueblo es un grupo indeterminado de individuos en un territorio, con fronteras determinadas que puede ser traducido por la palabra griega plêthos (plenitud, multitud, las masas), uno de los significados de demos. No obstante, en un sentido político, como constructo político, en el sentido de Ernesto Laclau, la noción se estrecha en su concreción óntica. En la antigua Grecia, fuera de la idea de pueblo, en su sentido político y óntico, como conjunto de ciudadanos (polítai), estaban las mujeres, los esclavos y los extranjeros, aunque la palabra griega demos tenga, en general, una amplia extensión semántica: país, comunidad, territorio, pueblo (en oposición a notables), multitud. El pueblo se identificaba con los miembros de la ciudad con derecho a pronunciarse sobre los asuntos comunes – en la Ekklêsía -, pero no se trataba de un concepto jurídico como, según algunas interpretaciones, ocurriría en Roma con el término “populus” (populus, plebs, multitudo – palabras utilizadas para designar a los miembros de la ciudad), sino de un conjunto de personas físicas. Lo que en Roma parece haber existido como populus era en verdad una colectividad de ciudadanos con derechos. Populus romano, cives romanos, los que tienen la ciudadanía romana, con sus respectivos derechos.
La cuestión que se plantea radica en saber si el populus es el conjunto de ciudadanos titulares individuales de derechos (según Jhering, por ejemplo) o es un ente colectivo abstracto (como el Estado, sujeto de derecho en sí mismo), titular de derechos y lugar de soberanía, superior a los ciudadanos naturales (como el Leviatán, de Hobbes). En cualquier caso, parece haber un avance real en la integración política del populus, entendido, en la mayoría de las interpretaciones, como el conjunto de ciudadanos titulares de derechos (la pluralidad de cives), independientemente de que también pueda ser considerado o interpretado como parte del sistema de poder romano (los magistrados, el Senado y el pueblo), ser un lugar de soberanía y ser identificado con la idea misma de Estado. Lo cierto es que la noción de pueblo, en el sentido político, sigue siendo muy fluctuante en el tiempo (he seguido aquí a Caravale & Cesa, 1996). En cualquier caso, se trata de un constructo político. Como dice Laclau: “Una primera decisión teórica es concebir al ‘pueblo’ como una categoría política y no como un dato de la estructura social”, un nuevo actor creado a partir de una pluralidad de elementos heterogéneos. “Este conjunto, como hemos visto, presupone una asimetría esencial entre la comunidad como un todo (el populus) y ‘los de abajo’ (la plebs)”. Se trata de una asimetría entre la totalidad de los que componen la sociedad y una parte suya, aunque sea una parte importante. “También hemos explicado”, sigue diciendo, “las razones por las cuales esta plebs es siempre una parcialidad que, sin embargo, se identifica a sí misma como la comunidad, como un todo”. Una conversión ilegítima que define la operación ideológica del populismo. “Es en esta contaminación entre la universalidad del populus y la parcialidad de la plebs donde descansa la peculiaridad del ‘pueblo’ como un actor histórico. La lógica de su construcción es lo que hemos denominado ‘razón populista’ ”(Laclau, 2005: 278).
Aquí tenemos una primera conclusión: el pueblo del populismo es una construcción ideológica y política. No corresponde a una entidad sociológica concreta y no asume y metaboliza el principio de la mayoría, como en el sistema representativo, ya que es una parte que se vuelve totalidad (véase Müller, 2023: 36-37). Como dice Laclau, el pueblo “no constituye ningún tipo de efecto ‘superestructural’ de alguna lógica infraestructural subyacente, sino que es el terreno primordial en la construcción de una subjetividad política” (2005: 280). Estamos ante una “sobredeterminación” (Althusser) – “nominación”, dice Laclau – en la constitución de la entidad y de la subjetividad pueblo (sobre la cadena de demandas equivalenciales). El pueblo populista es omnívoro pues se convierte en totalidad expresiva y performativa. De hecho, tal vez podamos decir, como Laclau, que es “un significante vacío”, en su realidad ontológica, que puede expresar diferentes realidades ónticas (la clase, la raza). También podríamos usar, como señalado anteriormente, el concepto de Galvano della Volpe: el pueblo como una “abstracción indeterminada”. Un típico proceso ideológico de hipóstasis y de inversión ideológica. La parte que se vuelve totalidad y que, desde su nueva condición, concibe a la realidad como su determinación. En realidad, una perspectiva totalitaria.
9.
En la época liberal, esta noción política de pueblo aún excluía a las mujeres y a aquellos que no podían demostrar cierto nivel de renta (4). En los movimientos de masas posteriores a la Gran Guerra, la idea de pueblo se vuelve más indiferenciada, pero en general se identifica, por un lado, con las masas y, por otro, con pueblo-nación. En las democracias representativas de matriz liberal, el pueblo (político) está integrado por todos los que votan (todos son ciudadanos activos), excluyendo únicamente a los menores de edad. En la “democracia del público” (Minc, 1995; Manin, 1996) el pueblo es el público, los espectadores, los oyentes y los lectores. En la digital, “democracia de ciudadanos” (Castells), el pueblo son los users. Pueblo, en su dimensión óntica, pero funcional y políticamente asumido con dimensión ontológica, como totalidad social – esto es populismo.
La noción política de pueblo ha cambiado a lo largo de la historia y es entendida de manera diferente en su contenido óntico por las diferentes ideologías políticas. Su correlato político es el propio Estado, la entidad que representa la totalidad de la sociedad. Luego, podría decirse que es su configuración como Estado la que identifica al pueblo como entidad política, como ciudadanía, derecho de ciudadanía, politeia. Pero la noción de pueblo como tal no puede ser considerada unívoca y, por lo tanto, concepto – es tan sólo un “significante vacío” o una “abstracción indeterminada”. Y, sin embargo, ha sido una idea genérica muy utilizada en el discurso político, de derecha e izquierda, que ha servido y sigue sirviendo para diversos fines ideológicos y políticos. Sirve, en particular, al populismo, donde la noción pueblo se convierte en totalidad ontológica, con toda su fuerza ideológica y performativa, aunque las élites estén (políticamente) fuera: el pueblo como plêthos, plenitud, multitud. Así, llegamos a una legitimidad algo totalizadora o incluso totalitaria, resultado de una operación ideológica, de una transfiguración.
10.
¿Qué es, entonces, el populismo, donde el pueblo es a la vez fuente de legitimidad y destinatario del discurso político? “El populismo es, simplemente, un modo de construir lo político”, dice Laclau (2005: 11). Una forma ideológica y performativa. En cualquier caso, el populismo propugna un retorno a la fuente primaria de legitimidad y promueve la crítica a las instancias de intermediación en la gestión del poder y a las élites que lo ejercen. Es un retorno a los orígenes a través de una transferencia de poder directa al soberano primario, ese pueblo, más a través de un proceso de personalización que por los mecanismos de medición plural del consenso y de representación política. Back to the basics. Su modelo ideal es, por lo tanto, más la democracia directa y orgánica que la democracia representativa, la relación directa entre el pueblo y su intérprete supremo. En ella, la soberanía reside en el pueblo y no, como quiere la mayoría de (o, teóricamente, todas) las constituciones liberales, en la nación. En realidad, lo que esta visión critica es la separación entre quienes ejercen el poder y la fuente original de su propia legitimidad, el pueblo, es decir, el dominio de las instancias de intermediación y de la burocracia (las dos caras de una misma moneda) y la práctica generalizada de su reproducción endogámica en el poder. La personalización populista, en cambio, toma clásicamente la forma de carisma en un jefe capaz de interpretar no sólo el sentimiento popular, sino también los designios de la historia, ya sea por inspiración de tipo oracular o por interpretación científica de la verdad histórica, como en el marxismo-leninismo, en el famoso ISTMAT. Como dice Laclau: “De esta manera casi imperceptible, la lógica de la equivalencia conduce a la singularidad, y esta a la identificación de la unidad del grupo con el nombre del líder. Estamos, hasta cierto punto, en una situación comparable a la del soberano de Hobbes”. “Sin embargo”, añade, “la unificación simbólica del grupo en torno a una individualidad (…) es inherente a la formación de un pueblo” (2005: 130; cursiva mía).
El pueblo, ontológicamente vacío, se materializa en la individualidad concreta de la persona del líder, como sucedía con la figura física del monarca. Esto ocurrió, como hemos visto, en la era de las grandes narrativas: fascismo, nacionalsocialismo, comunismo – Duce, Caudillo, Führer, Secretario-General. Un nuevo personaje que reinterpreta el papel del viejo monarca. La reedición “laica” de una antigua funcionalidad política de las monarquías, bajo un nuevo fundamento de legitimidad – el pueblo, que sustituye a Dios.
11.
Durante más de siete décadas, desde la segunda mitad del siglo XX, hemos sido testigos, primero, de un mundo bipolar (político, ideológico, estratégico y económico) y, luego, del aparente triunfo universal de la democracia representativa (el famoso fin de la historia, de Fukuyama), con la caída del sistema socialista, con excepción del sistema chino. Sin embargo, lo que comenzó a observarse en este lado occidental, con la crisis de representación y de los partidos de alternancia, fue la irrupción de tendencias nacional-populistas (sobre todo de derecha, pero también de izquierda, como podría ser el caso del partido PODEMOS, por ejemplo – véase Donofrio, 2017: 48-49) con fuerte capacidad de afirmación política institucional: en Estados Unidos, con la victoria y la presidencia de Donald Trump; en Brasil, con Bolsonaro; y en Europa, con Viktor Orbán, en Hungría, Jaroslaw Kaczynski, en Polonia, Marine Le Pen, en Francia, los Brexiters y el UKIP, en el Reino Unido, Giorgia Meloni, Matteo Salvini y Beppe Grillo, en Italia. Este último representa un nuevo tipo de populismo, el neopopulismo digital, que también rechaza la clásica dicotomía izquierda-derecha, como es típico del populismo (Barberis, 2020: 12, 35). El M5S inauguró, de modo muy radical, una nueva era del populismo con su pueblo en red (5). Pero este neopopulismo digital es también el que los spin doctors nacional-populistas, los “ingenieros del caos”(Da Empoli, 2023), practican y promocionan, en el silencio de la red, con el pueblo en red (Santos, 2018; y 2023). Una nueva materialidad óntica del pueblo: los users. “La rivoluzione digitale è la causa principale, benché non l’unica, del populismo odierno”, dice Mauro Barberis (2020: 137; e 156). O incluso más intensamente: “o populismo tradicional que desposa o algoritmo e dá à luz uma temível máquina política” (da Empoli, 2023: 39). Neopopulismo digital, el populismo contemporáneo
12.
Lo que ha cambiado en el populismo respecto a su forma original no sólo fue su base social, el pueblo, que dejó de ser rural, sino también la forma política adoptada por los movimientos nacional-populistas, que aceptaron la democracia representativa, pero la han cambiado internamente para instalar su sistema decisorio de poder (Vassallo y Vignati, 2023: 253), siempre hablando en nombre del pueblo, en contra de las élites. Esto es lo que Orbán llamó “la democracia iliberal”(6). En el caso de M5S, se trató de un neopopulismo donde el pueblo (político) se identificaba con los usuarios (militantes) de la Plataforma Digital Rousseau (creada por Gianroberto Casaleggio) y, en general, con el pueblo en red. La crítica de Rousseau a la representación política y su propuesta de comisarios, en el Contrato Social, es la inspiración para el nombre de la plataforma del M5S (pero la Plataforma Rousseau ya no es, desde 2021, la plataforma del M5S). En los demás casos, el fundamento es el soberanismo, como narrativa que aglutina al pueblo, lo que más se identifica con el sentimiento nacionalista profundo y que, en particular, en nombre de su seguridad física, laboral, moral y cultural, se manifiesta con fuerza contra la inmigración amenazante, contra el otro, contra el invasor, contra el extranjero. Este sentimiento unificador del pueblo parece haber prevalecido, por ejemplo, en el BREXIT, y ha sido la causa del éxito pasajero de Matteo Salvini en las elecciones europeas de 2019. Un pueblo que creció mucho con la ola gigante de fenómenos migratorios, producto de la crisis en el gran Medio Oriente (Irak y Siria). Sin embargo, está claro que, con este fenómeno, la crisis de representación y de los partidos de la alternancia, el crecimiento masivo de personas en la red y, en particular, de los usuarios de las redes sociales, algo ha cambiado profundamente y sigue cambiando. La idea de “democracia del público”, centrada en el imperio de los medios tradicionales (prensa, radio y televisión), en el broadcasting y en su poder de construcción de la opinión pública, donde el pueblo es el público, sigue manteniendo su validez. Sin embargo, también es cierto que, como dice Castells, con la red surge una nueva democracia de ciudadanos, centrada en lo que él llama “mass self-communication”, comunicación individual de masas (Castells, 2007), donde el pueblo, ahora, corresponde a los users. Pero se trata de una realidad muy expuesta también al peligro de un proceso de instrumentalización personalizada, impulsado por los “ingenieros del caos”, como se ha visto en los casos del BREXIT y de la candidatura de Donald Trump, donde Cambridge Analytica y su vicepresidente, Steve Bannon, han condicionado fuerte y exitosamente al electorado en ambos países (véase Cadwalladr y Graham-Harrison, 2018; y Santos, 2018). Esta nueva realidad permite la transición de la democracia representativa a la democracia deliberativa, sin duda, pero es también un terreno muy propicio para la intervención del nacional-populismo a través de una comunicación directa con los votantes individuales en este inmenso campo silencioso, o espacio intermedio, de la red. Es esta la tendencia que Giuliano da Empoli intenta explicar en su libro Les Ingenieurs du Chaos, de 2019 (Da Empoli, 2023; Santos, 2023). Y esto no es futurología, porque ya se ha logrado con éxito, por ejemplo, en Italia, en 2022, y sigue ocurriendo. Dicen Vassallo y Vignati que Giorgia Meloni y su staff han demostrado “una notevole capacità di creare e interpretare registi comunicativi diversi”, “riuscendo ad affermarsi nell’attuale sistema mediale ibrido, in cui convivono le logiche dei mass media digitali, dei broadcast e dei social” (2023: 191).
13.
En el territorio digital, los nuevos populistas de derecha están interviniendo con mayor éxito que las fuerzas políticas moderadas. Y este es el campo privilegiado para su trabajo político actual. La democracia clásica aún no ha evolucionado hacia la democracia deliberativa porque aquellos que deberían impulsarla están paralizados en una gestión aséptica y endogámica del poder y siguen mirando sobre todo a la “democracia del público” y a la política como management, como governance, como tecnogestión del poder. Además, la democracia deliberativa es la única que puede resolver los problemas estructurales del modelo clásico de democracia representativa, pero la derecha radical ha comprendido mejor la nueva configuración de las sociedades contemporáneas y sus temas fracturantes, incluidos los representados por la ideología y la política woke e identitária (7), manejando inteligentemente su discurso y adaptando los mecanismos centrales del sistema representativo a sus designios con gran eficiencia, cambiando sus equilibrios internos e introduciendo un creciente poder del ejecutivo y un decisionismo del primer ministro (Müller, 2023: 98; y Vassallo e Vignati, 2023: 253). El caso de Viktor Orbán es paradigmático, al igual que el caso de Cambridge Analytica. Pero también fue ejemplar la experiencia del M5S cuando, en menos de diez años (entre 2009 y 2018), logró elevar su intención de voto a casi el 33% del electorado italiano. A esto se le suma la experiencia de la LEGA de Matteo Salvini (“io sono un populista”, se puede leer en una de sus camisetas – Barberis, 2020: 12), quien, al explotar exhaustivamente el tema de la inmigración, alcanzó el apoyo de alrededor del 34% del electorado en las elecciones europeas de 2019: “la politica antimmigrazione del governo gialloblù è un caso da manuale di populismo digitale”, dice Mauro Barberis (2020: 120). Tampoco podemos olvidar el partido Fratelli d’Italia que, en cuatro años, ha pasado de poco más del 4% a alrededor del 26% y que, ahora, en el gobierno, sigue creciendo (promedio en cuatro encuestas de final de mayo: 29,5%), mientras que el centroizquierda y el centroderecha languidecen (por ejemplo, el mayor partido de la izquierda, el PD: 20,5%). Todos ellos, los populistas de derecha, son críticos de la matriz liberal del sistema, críticos radicales de la llamada confiscación del poder del pueblo por las élites y críticos de la ideología woke, de la ideología gender y de lo “políticamente correcto” de forma muy intensa y políticamente eficaz.
14.
Esta es la realidad que el centroizquierda y el centroderecha se empeñan en no ver, poniendo en peligro las conquistas de la civilización occidental que, entre avances y retrocesos, tardó más de dos siglos en madurar hasta alcanzar niveles de desarrollo civilizatorio verdaderamente notables. El populismo está a la orden del día y su oponente histórico es el liberalismo, mientras que su oponente coyuntural y político directo son la ideología y la política woke, lo “políticamente correcto” y la ideología gender. A efectos de combate, los populistas identifican estas tendencias instrumentalmente con la doctrina política del liberalismo, a pesar de las diferencias estructurales entre ellos. Los italianos tienen una expresión que se aplica efectivamente a esta trampa de la derecha radical: “fare di tutta l’erba un fascio”, metiendo todo en el mismo saco para hacer más eficaz y aceptable la lucha, conociendo muy bien la laxitud de los moderados, que se están dejando infiltrar o incluso dominar por la izquierda de los nuevos derechos. En mi opinión, esta es también una de las razones del éxito electoral del populismo de derecha, que está recuperando la idea de política, que los moderados (tanto de izquierda como de derecha) han convertido en puro management, governance, tecnogestión, gestión aséptica o apolítica del poder. La política, a día de hoy, parece haberse convertido en patrimonio exclusivo de los populistas y de la nueva izquierda fracturante, políticamente correcta, identitaria y revisionista. El centroizquierda y el centroderecha ya están pagando el precio de su ineptitud política e ideológica, y no veo señales que indiquen que algo va a cambiar.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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NOTAS
(1). Investigador. Ex director de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Lusófona de Lisboa (2012-2020) y exasesor político del Primer Ministro de Portugal (2005-2011). ORCID: 0000-0002-4102-6480. Email: joaodealmeidasantos@gmail.com. URL: www.joaodealmeidasantos.com Historia y comunicación social ISSN-e: 1988-3056. Monográfico. DOI: https://dx.doi.org/10.5209/hics.92237
Como citar: de Almeida Santos, J. (2023). El discurso populista. Historia y Comunicación Social 28(2), 259-266. (*)
(*) Este texto resultou da minha intervenção de abertura da Conferência Internacional sobre “Populismos, Democracia e Comunicação na História”, promovida pela Associação Espanhola de Investigação da Comunicação, com organização de seis Universidades espanholas e a participação de doze, em Janeiro (19) de 2023.
(2). Hay un interesante libro de Umberto Cerroni sobre Los orígenes del socialismo en Rusia que desarrolla este tema (Cerroni, 1965).
(3). Véase, para ambas referencias, mis artículos sobre el PCP (“PCP – El nombre y la cosa” I y II), en Santos, 2022.
(4). Solo la 19ª Enmienda de la Constitución estadounidense, de 1920, reconoce el derecho de voto a las mujeres; véase la distinción entre ciudadanos activos y ciudadanos pasivos en la Constitución francesa de 1791 (Art. 7, Sección II, Cap. I, Título III).
(5). Para una mejor comprensión de Movimento5Stelle véase mi ensayo en Santos, 2017, pp. 51-78.
(6). Léase mi artículo sobre “Democracia Iliberal”, de 11.07.2022 (Santos, 2022a).
(7). Léase mi ensayo “Woke”, 14/12/2022, sobre esta ideología, en Santos, 2022b.
JAS@01.2024
